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"Llegará nuestro día": una lectura política de la victoria de Catherine Connolly en Irlanda

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"Llegará nuestro día": una lectura política de la victoria de Catherine Connolly en Irlanda

En una Europa entregada a la guerra y al mercado, Irlanda se salió del guion. La victoria de Catherine Connolly, aunque limitada en lo institucional —su presidencia es ante todo simbólica en el marco del sistema político irlandés—, tiene una potencia que trasciende al hecho en sí. No importa tanto qué podrá hacer ella desde la presidencia (probablemente poco), sino qué ha querido decir el pueblo irlandés con su voto.

Irlanda no es un país cualquiera dentro de Europa, pero tampoco representa nada que el resto del mundo no pueda entender. Fue una colonia, saqueada, y su pueblo fue forzado al exilio. La Gran Hambruna, que expulsó a millones de irlandeses de su tierra, no fue una tragedia epidémica que afectó a la patata, sino el resultado brutal de una política imperial británica. Y ese mismo dolor lo reconocen quienes cruzan hoy el Mediterráneo, quienes huyen de guerras fabricadas o de economías arrasadas, pero también los empobrecidos del norte. Irlanda no representa un fenómeno aislado, sino un reencuentro con una memoria que se parece demasiado a la de tantos otros. Una memoria que dice que no venimos de la nada, venimos de la injusticia; pero que aún estamos aquí, y lo estamos porque sabemos que el mundo ha cambiado muchas veces, pero que solo cambia cuando los pueblos se levantan para conseguirlo.

La Gran Hambruna, que expulsó a millones de irlandeses de su tierra, no fue una tragedia epidémica que afectó a la patata, sino el resultado brutal de una política imperial británica. Y ese mismo dolor lo reconocen quienes cruzan hoy el Mediterráneo.

Catherine Connolly no es una recién llegada a la política. Lleva años siguiendo de cerca la actualidad y posicionándose con claridad. Ha defendido la neutralidad histórica de Irlanda sin caer en equidistancias, denunciando abiertamente el papel de la OTAN en la escalada del conflicto en Ucrania y señalando responsabilidades también en escenarios como el de Siria. Su compromiso con la causa palestina ha sido igual de contundente: no ha aceptado relatos edulcorados ni debates ficticios. Ha llamado a las cosas por su nombre: lo que ocurre en Palestina es una colonización, y la respuesta palestina es una resistencia.

Postura política

Más allá de una visión maniquea o de bloques, lo que podemos destacar de ella es la honestidad, el compromiso con no faltar a la verdad. En una Irlanda que, aunque no forma parte formalmente de la OTAN, ha venido colaborando con sus estructuras, y que sí integra una Unión Europea volcada en la carrera armamentística, Connolly ha recordado lo obvio: esta histeria belicista solo beneficia a los de siempre, además de engordar a la industria militar. Y mientras tanto, habitamos la Europa de la "austeridad": ese eufemismo con el que disfrazaron la privatización de los derechos públicos, y que ha profundizado una desigualdad cada vez más brutal.

Como decía un presidente español mientras se inflaba una burbuja inmobiliaria que acabaría estallando, nos dicen que Irlanda va bien, que es ejemplo de crecimiento, de estabilidad fiscal y de modernidad económica. Pero, ¿quién disfruta ese milagro? ¿Quién puede pagarse una vivienda, mantener un empleo digno, llenar la nevera sin miedo al fin de mes? La brecha entre lo macro y lo micro es hoy un abismo. Una economía que crece mientras su gente se hunde no es un éxito, sino la "estafa" de hacerle pagar a la población la crisis del capitalismo occidental. Y no es un fenómeno exclusivamente irlandés. En España volvemos a repetir esta historia: aquí también se celebran récords de inversión extranjera mientras miles de jóvenes (y no tan jóvenes) vuelven a casa de sus padres porque no pueden alquilar una vivienda. El modelo no está fallando, simplemente está cumpliendo su función: concentrar la riqueza en unos pocos y dejar al resto compitiendo por las sobras.

Hace más de un siglo, el prócer de la independencia irlandesa James Connolly declaró que la causa del trabajo era la causa de Irlanda, y viceversa, siendo imposible separarlas. También declaró que, aunque se izara la bandera verde sobre el Castillo de Dublín, Inglaterra seguiría gobernando Irlanda mediante sus instituciones financieras y sus terratenientes. Ha llegado el día en que Irlanda será presidida por alguien que comparte su apellido.

Las mayores movilizaciones recientes en Europa no han sido contra una supuesta invasión rusa que justifique la militarización total del continente, sino contra el genocidio en Palestina. Y eso dice mucho. El pueblo tiene un límite que sus gobiernos no parecen tener. La gente rechaza la guerra. Por eso, cuando se ofrecen opciones electorales que rompen con los discursos impuestos, el pueblo responde. Lo que ha ocurrido en Irlanda no es un caso aislado. En Francia, el pueblo también habló, y lo hizo a través del Nuevo Frente Popular, aunque Macron y la UE estén haciendo todo lo posible para anular ese mandato popular. Y esa es la clave que, en este contexto, debería guiar cualquier frente amplio en Europa: no una suma de nombres ni una alianza por conveniencia contra un fascismo abstracto mientras se sigue alimentando al fascismo real, que dimana de la desafección de esa juventud sin derechos ni futuro, que en el occidente "democrático" solo ha conocido una especulación desaforada que, sin el menor control por parte del Estado, le niega incluso la vivienda.

Ese valiente pueblo irlandés que tanto sufrió, que luchó durante siete siglos por su independencia y que aún sigue luchando, acaba de votar contra el capital y contra la guerra, contra la xenofobia y contra la ultra derecha.

En medio de este escenario, donde algunos quieren hacernos creer que la "alternativa" es dividir a los de abajo, convirtiendo al migrante en enemigo y al pobre en amenaza, o enfrentarnos con difusos "enemigos" extranjeros, emergen también proyectos que representan una esperanza. Y aunque probablemente la presidencia de Catherine Connolly —una independiente apoyada por el Sinn Féin y por otras fuerzas de la izquierda irlandesa— no haga lo suficiente en el marco de los enormes retos que se le presentan, y menos aún, como decíamos al inicio, tomando en cuenta las limitaciones de su cargo. Sin embargo, su victoria es, sobre todo, una señal que nos indica que los pueblos aún aspiran a otra vida.

Su elección rompe con múltiples trampas del presente: la que nos repite desde Bruselas que no hay alternativa al capitalismo financiero y al militarismo; la que desde la extrema derecha convierte el hartazgo en odio al migrante y a la clase trabajadora organizada; y también la que desde cierta izquierda institucionalizada aceptó que el sistema no podía ser transformado, limitándose a una gestión más amable de lo inaceptable. Entre quienes se adaptaron hasta desdibujarse y quienes eligieron jugar al populismo reaccionario, el pueblo irlandés eligió otra cosa. Y eso lo cambia todo.

"Our day will come" escribió James Connolly, poco antes de ser fusilado. "Llegará nuestro día", un alegato que no era para él una promesa abstracta, sino fruto de esa misma certeza histórica de que todo orden injusto puede ser vencido. Y hoy, ese valiente pueblo irlandés que tanto sufrió, que luchó durante siete siglos por su independencia y que aún sigue luchando, acaba de votar contra el capital y contra la guerra, contra la xenofobia y contra la ultraderecha.

Las declaraciones y opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de su autor y no representan necesariamente el punto de vista de RT.

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